MIS TRABAJOS
ESCRIBIR DESDE LA PERIFERIA.
EL BARRIO TAMBIÉN CUENTA.

Autora: Leisa Martínez Ortiz
Nunca he vivido en el centro de la ciudad. La vida misma, con su estilo de ir colocándolo todo en el lugar que es y no en el que queremos que sea, me ha ubicado siempre lejos del centro. Lejos del centro del municipio, lejos, muy lejos, de la capital del país. Pero igual, escribo. Y ahora que ya he aprendido a observarlo y valorarlo todo de manera más reposada, me doy cuenta de que escribir desde la periferia puede ser también un privilegio.
No solo hay escritores que viven en la periferia. Conozco músicos, actores, camarógrafos, pintores, periodistas, presentadores de televisión, locutores de radio. Todos muy profesionales e inteligentes, con esa capacidad de combinar lo culto y lo popular. También conozco a varios intelectuales que viven en las periferias y lo niegan. Algunos escritores, aunque viven en los barrios, prefieren abordar otros temas en sus obras y es su derecho. Pero si no contamos lo que sucede en el barrio, si no le damos la palabra a las personas que lo habitan, los otros no podrán enterarse de las circunstancias en las que se desarrollan sus vidas. Como ha dicho el escritor español Pablo Gutiérrez, defensor de los temas de la periferia por ser él habitante de la misma: «Si no hay relatos sobre la periferia, entonces la periferia no existe. Realidades sociales no encuentran espacio para ser contadas».
En toda Latinoamérica hay diferencias notables entre los centros urbanos y los barrios más alejados de esos centros. Decimos periferia y la mente nos trae otras palabras asociadas: suburbio, arrabal, favela, marginal. En la actualidad y a nivel global, los espacios periféricos son amplios; son amplias también las metrópolis.
En su investigación: La periferia: voz y sentido en los estudios urbanos, sus autores, Daniel Hiernaux y Alicia Lindón, afirman:
De manera esquemática se podría decir que en América Latina primero se usó la palabra “arrabal” (hasta fines del siglo XIX y a veces, hasta inicios del siglo XX), con fuerte herencia europea. Luego, entre inicios y mediados del siglo XX, se impuso la expresión “suburbio”, con un notable sesgo americano, y desde la década de 1970 lo más usual ha sido hablar de “periferia”, expresión con sentido de cuño latinoamericano. El sentido etimológico aclara el problema: el arrabal es lo que está “afuera” de la ciudad, mientras que el suburbio es lo que está “cerca” de la ciudad. En tanto que la voz “periferia” tiene un sentido geométrico: es la circunferencia o el contorno de un círculo, en este caso el círculo es la ciudad. Así primero fueron arrabales porque estaban fuera de la ciudad. Luego esta posición extrema se transformó en cercanía, sobre todo por la expansión de los medios de comunicación (particularmente las vías férreas). Y por último, la complejidad que significa estar afuera (arrabal) o ubicarse de manera próxima (suburbio), fue reducida a la visión geométrica que está contenida en la expresión “periferia”. (Hiernaux y Lindón, 2004)
Estos investigadores explican que en etapas posteriores a la Conquista la palabra “arrabal”, procedente del árabe, comenzó a usarse para referirse a los barrios peligrosos, alejados de la ciudad “y con funcionamiento fuera de la normalidad”.
Los arrabales eran los barrios en donde se gestaba la criminalidad, se procreaban modos de vida basados en la marginalidad, en donde desaparecían las reglas morales legitimadas, en donde emergía y se ocultaba lo que está fuera de la norma, lo oscuro, lo incomprensible para los que viven en las áreas formales, en el centro. (Hiernaux y Lindón, 2004)
Para los argentinos las personas que viven en las afueras de la ciudad, por lo general gente humilde que se dedica a trabajos manuales o semi rurales, reciben despectivamente el nombre de “orilleros”.
En América Latina es claro que lo marginal está unido a costumbres y manifestaciones culturales que van desde la música, las danzas, los bailes, así como el lenguaje callejero. Históricamente nada de esto ha sido bien aceptado por los grupos que habitan los centros urbanos.
Actualmente la literatura ha dirigido su mirada a la periferia. Esto se debe, además de los escritores y escritoras que se han dedicado a dar visibilidad a “los contornos del círculo”, a las editoriales independientes. Esto no quiere decir que editoriales de renombre, ubicadas en los centros de las ciudades, no publiquen a algunos autores que vienen de esas zonas más alejadas.
Aunque no es mi objetivo mencionar aquí todos los nombres de escritoras y escritores que abordan el tema de los barrios periféricos, sí vale la pena destacar uno de los casos más relevantes en la actualidad. Se trata de la escritora mexicana Dahlia de la Cerda y sus libros: Perras de reserva (cuentos) y Desde los zulos (ensayo), donde logra que esas personas que conocen las caras serias o alegres del arrabal, del barrio, del margen, se sientan reflejadas a través de su escritura.
En el barrio existe todo lo que nos aleja de la perfección. Se viven aquí historias reales. Lo habitan personajes con los pies en la tierra o en el fango (a veces muy lejos del asfalto por las condiciones de las calles), que ni siquiera saben lo que es ficción, metáfora o personaje literario, porque no han tenido tiempo para averiguar esos términos. La vida transcurre para ellos, los hombres y mujeres del barrio, en otro tempo, regida por otros lenguajes implícitos en el volumen despiadado del reguetón, en las carencias y dificultades que conforman sus rutinas en toda Latinoamérica, en la fe, en sus diversas creencias religiosas, en los juegos de sus niños y niñas, en los chiflidos y jergas que cobran significados ocultos, en los graffitis que custodian las paredes, en los temas de conversación.
Los barrios marginales no son ni aspiran a ser el Paraíso. Pero también están habitados por seres humanos; algunos son buenos, correctos, con tantos o más principios que muchos de los que habitan en los centros urbanos. Otros no son para nada correctos y les importan muy poco los principios, las reglas o el “qué dirán”.
No nos alejemos de las periferias, que bastante silenciadas han estado. No se trata de hacer “turismo periférico” y mostrar los “bordes” como atracción. Se trata de encender la luz en las callejuelas, de prestar atención a las voces que salen de ahí y no ver a los que viven alejados de los centros únicamente como socialmente incorrectos. Latinoamérica es un gran barrio y el barrio también cuenta.